Nunca haber estado bajo la lluvia

Escribo esto momentos antes de que mi vida se extinga; razones sobran, pero para todo aquel que lea esta nota, ha de saber que a mis ochenta y seis, pude hacer de todo. Viajé, reí, llore, amé, multipliqué, aprendí. Hice todo el paquete completo de principio a fin. Viviendo la experiencia humana que miles de millones no pudieron. Si estuve en una posición cómoda está a interpretación de cualquiera, pero hubo altas y bajas, logrando conocer ambos matices, ambos polos del dualismo social. Ricos y pobres, altos y bajos, comidas sencillas, humildes, hogareñas, y comidas privadas, lujosas, caras. Pasé por todos y todo me gustó.

No expresaré ni entraré en detalles sobre todo lo que hice; esta carta en realidad tiene otra finalidad, y es mencionar lo que no se hizo. Sé que para algunos será algo extraño, casi inaudito, de esas cosas que sueles leer en revistas amarillistas, pero confieso que jamás experimenté lo que es estar bajo la lluvia.

No exagero ni nada. Le pido, querido lector, que se imagine por vez primera la vida de un octogenario y cómo este jamás logró estar bajo una de las creaciones más comunes del Señor. Sea por una razón y otra… lo siento, pero me cuesta escribir esto por mis dedos temblorosos —de tanta risa—, puesto que esta confesión es incluso más rara que quien alega nunca haber probado queso. Era una anécdota que solía contar en mis últimos años, y no muchos lograban creerme; incluso mis hijo decían que lo senil ya estaba tomando su factura, y que ellos me habían visto empapado en la intemperie, cuando en realidad son ellos los que deberían hacerse un chequeo. Sé que la sensación es similar a la de tomar una ducha, pero para aquellos conocedores de esta maravilla de la naturaleza —es decir, todos—, saben que no es así.

Llegué a preguntar hace tiempo, para un proyecto personal, cuál era la sensación de estar bajo la lluvia, y las respuestas fueron harto diversas: “cuando se está enamorado, se siente como si estuvieras en el clímax de una película”, “es como si te derrotaran; lo más bajo que puedes caer”, “es libertad, libertad del qué dirán, de ir a tu ritmo”, “lo siento como enfrentarse a la naturaleza, decir soy mejor que tú”, “me dijeron que nunca lo hiciera, pues me enfermaré” (este último cortesía de mi nieta, Ana María). No hay un consenso para ello, por lo que es el claro caso de ‘debes vivirlo para entenderlo’.

No sé lo que me encontraré al atravesar la puerta, pues el Creador —o quien sea que me reciba en los próximos minutos; espero que mi madre, hace mucho que no la veo— logró darme la bondad de un chaparrón justo el día en que supe que todo terminaría. De coincidencias está hecho el mundo, y me alegra ser parte de esta. Estoy nervioso, ansioso, temeroso y emocionado. Pero es ese latir el que me hace humano y me hace entender que disfrutaré sentir cada gota llevándose mi vida para darme algo que siempre quise: sentirme realizado y completo.

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