Gato de cuello largo

El día estaba tranquilo. Un domingo, creo. No recuerdo bien por las cosas que contaré, pero sí se que estaba en medio de una sesión inspiradora, donde mi personaje por fin lograría llegar a Suecia para volver a encontrar a su prometida, culminación de una trilogía que tenía a los lectores de ocho idiomas con los sentimientos a flor de piel. Había hablado con mi editor, comentándole que tendría listo todo para ese mismo día, y como recompensa por arduo trabajo, saqué mi cabeza por el balconcito, para aspirar el aire fresco y recordar la maravilla que era estar vivió.

Ahí noté que una figura se encontraba vigilante en el balcón continuo, en el apartamento de la señora Edith. Una figura peluda y negra, pero con nariz rosa y manchas naranjas en el medio. Un gato como cualquier otro, pero con una mirada inquisitiva, que veía a través de mí como un juez y verdugo reprochando todo lo malo que hice y no hice en vida. Si no se hubieran movido sus bigotes con el viento, bien pudiera haber creído que se trataba de una figurilla de porcelana, pues ningún ser vivo lograría estar estático de forma tan ceremonial y perfecta. Sus ojos amarillos estaban abiertos de par en par, pero distaban del Felis silvestris común por poseer un tamaño absurdo, casi un centímetro más que cualquier otro que haya visto antes, hasta el punto de creer que se trataba de una condición cancerígena fatal.

La mirada me impactó de lleno, con una impresión que a cualquiera pudiera derretir del temor, pero a mí me dejó tan helado como el gato mismo. No solo mi exterior se perdió en el tiempo, sino que, de una forma más grotesca, podía sentir mis órganos parando sus funciones vitales; como si todo mi sistema se quebrara ante la interrupción de fuerzas más allá de la razón y cordura. Ese ser iba más allá de la razón, y carecía de cordura. Era un símbolo que me indicaba peligro, y que pronto, de no hacer algo, un destino peor que la muerte se pudiera suscitar.

Se quebraba el cuello de la criatura, pero sin dejar caer el cráneo por arte de gravedad, sino que se extendía a la distancia, para traer el rostro con parsimonia hacia. Hacia mí.

Estaba paralizado, mi cerebro había dejado de funcionar, mis instintos primitivos se apagaron con un interruptor y me sentía un animal, una presa, en sus últimos segundos de vida.

El pequeño pero mortal cráneo del felino se extendía a lo monstruoso, volviéndose cada vez más largo y surreal. Los ojos no parpadeaban, pues toda la situación se sentía la escena surreal de un cuadro de vanguardia abstracta, de esos con mundos donde los relojes se derriten o los elefantes tienen patas tan largas como cuellos de gatos demoniacos.

Pero no era un demonio, no era un ángel, era un recurso narrativo que estaría a punto de fulminarme. Un villano, un antagonista, una fuerza opositora que me le daría fin a mi historia personal. Me pregunté por qué un gato, por qué su cuello, por qué el negarme ver mi trilogía consolidada y así ver la reacción de las personas ante ella. No lo supe y no lo encontré cuando todo se tornó oscuro.

Recibí un impacto, luego de años de espera por el encuentro con el susodicho, quien no tenía reparo en hacerme sufrir por todo el tiempo de espera. El golpe fue duro, mortal, y sentí cómo cada uno de mis huesos se quebraba. Una última reacción fue escuchar —pues mi vista parecía errática, mirando hacia una esquina de la calle— cómo alguien gritaba por el cadáver del sujeto que acababa de caer desde un octavo piso. Quise saber si existían así las muertes repentinas, con situaciones absurdas que te llevan al límite y que nadie podrá jamás expresar con tinta y papel. Si es así, creo que pudiera descansar más tranquilo y en paz, como vulgarmente se dice.

Solo sentía unas patas diminutas caminando por mi espalda muerta, con las luces yéndose y mi mente alejándose del lugar, preguntándome cómo sería la vida después de la muerte, y peor aún, como estaría mi carrera después de mi muerte. Me dio rabia el saber que jamás tendría respuesta para ello.

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